RELATOS DE TERROR Y FANTASÍA

jueves, 19 de febrero de 2015

EL ELIXIR DE LA INMORTALIDAD

La alquimia; madre de la ciencia moderna, la medicina, astrología, física y química. Grandes como Galilei, Isaac Newton o Robert Boyle fueron partícipes de esta filosofía. Esto se remonta desde tiempos inciertos, la incesable búsqueda del ser humano por encontrar la razón, y con ella llegar a la perfección.


Algunos alquimistas eran tachados de charlatanes, ya que prometían remedios milagrosos para la cura de enfermedades, pócimas mágicas o venenos… pero no todos eran así, y Vlad no iba a ser menos. Su nombre completo era Vlade von Hohenheim, él era un respetado alquimista en el año 1352, de natalidad suiza y de gran sabiduría. Él experimentaba activamente con sustancias químicas, estudiaba los cuatro elementos, además de hacer observaciones y teorías sobre cómo funcionaba el universo. El alquimista sostenía que los elementos de los cuerpos compuestos eran sal, azufre, y mercurio; que representaban respectivamente a la tierra, el aire y el agua; el fuego se consideraba inmaterial. Sin embargo, se creía en la existencia de un quinto elemento por descubrir, común a todos, del cual los cuatro anteriores eran simples formas derivadas. Vlad estaba convencido de que este elemento podía ser la piedra filosofal; con ella podría averiguar cómo trasmutar el plomo en oro, ya que según las teorías de Hermes los procesos que afectaban a los minerales y otras sustancias podían tener efecto en el cuerpo humano. De esa forma, si alguien conocía el secreto de purificar oro, podría utilizar la misma fórmula para purificar el alma.

Hermes, o Hermes Trimegisto (tres veces grande) según la leyenda, fue el fundador de la alquimia en el antiguo Egipto, y se dice que fue el escribano del dios egipcio Thot. Escribió los cuarenta y dos Libros del Saber abarcando todos los campos del conocimiento que tenía el Dios, incluyendo la alquimia. El símbolo de Hermes era una vara con serpientes, que llegó a ser uno de los muchos símbolos principales de la alquimia.
En el año 332 a.C. Alejandro Magno encontró la Tabla Esmeralda en el antiguo Templo de Siwa, a través del desierto de Libia, donde estaba situada la tumba del faraón Akenatón. Esta Tabla sería la base de la filosofía y práctica de los alquimistas, la llamaron ‘’filosofía hermética’’.
La filosofía hermética intentaba reflejar la finalidad del Ser. Apercibido el ser humano de su carencia y limitación vital, se provee de un acercamiento perpetuo a la posibilidad de lo trascendente, lo eterno. Eternidad en la búsqueda de lo absoluto, aquella respuesta que satisfaga lo limitante y abrace al universo. Saciedad de la inconformidad terrenal a través del encuentro con la esencia del ‘’Uno’’, del ‘’Todo’’, para poder ingresar en él, para formar parte de él. En definitiva, llegar a Ser la Totalidad que ya se Es.

La Tabla Esmeralda era una vía directa para esa finalidad, y aquél que la entendiese tendría acceso directo al Todo, al Uno, al Universo.
Tanto la ciencia como la filosofía, que en un principio formaba parte de la alquimia; se originaron vislumbrando en el horizonte la respuesta a la pregunta por el Uno. La filosofía de la Ciencia tiene como propósito responder a dicha pregunta fundamental.
Los alquimistas hicieron la aplicación práctica de la filosofía hermética que está contenida en la Tabla Esmeralda, que se compone en total en trece partes muy breves. Las Tablillas estaban sujetas unas a otras con aros de color dorado. Era una piedra preciosa, como una esmeralda sobre la cual esos caracteres estaban representados en bajorrelieve, no grabados. La materia de la que estaba hecha esta esmeralda había tenido alguna vez forma fluida, como el vidrio líquido; había sido fundida en un molde y para adquirir esa forma fluida el artista había conseguido la dureza de la genuina y natural esmeralda gracias a este arte. El material por lo tanto, es imperecedero además de resistente a todos los elementos y sustancias. La estructura atómica y celular se fija, y ningún cambio ha tenido lugar nunca en ella. El resultado de estas tablillas de color verde esmeralda estaría entonces formada por una sustancia elaborada a través de la trasmutación alquímica. El contenido de la Tabla de Esmeralda es el siguiente:
I. Lo que digo no es ficticio, sino digno de crédito y cierto.

II. Lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo. Actúan para cumplir los prodigios del Uno.
III. Como todas las cosas fueron creadas por las Palabras del Ser, así todas las cosas fueron creadas a imagen del Uno.
IV. Su padre es el Sol y su madre la Luna. El viento lo lleva en su vientre. Su nodriza es la Tierra.
V. Es el padre de la Perfección en el mundo entero.
VI. Su poder es fuerte si se transforma en Tierra.
VII. Separa la Tierra del Fuego, lo sutil de lo burdo, pero sé prudente y circunspecto cuando lo hagas.
VIII. Usa tu mente por completo y sube de la Tierra al Cielo, y luego, desciende a la Tierra y combina los poderes de lo que está arriba y lo que está abajo. Así ganarás gloria en el mundo entero, y la oscuridad saldrá de ti de una vez.
IX. Esto tiene más virtud que la Virtud misma, porque controla todas las cosas sutiles y penetra en todas las cosas sólidas.
X. Este es el modo en que el mundo fue creado.
XI. Este es el origen de los prodigios que se hallan aquí (¿o que se han llevado a cabo?)
XII. Esto es porque soy llamado Hermes Trimegisto, porque poseo las tres partes de la filosofía cósmica.
XIII. Lo que tuve que decir sobre el funcionamiento del Sol ha concluido.

Basándose en esto, y concluyendo con ‘’Y para aquel que lo lea con los ojos y la mente abiertos, su sabiduría se incrementará cien veces’’ los alquimistas introdujeron en sus pensamientos y forma de vida las teorías de Hermes. Ellos escondían en jergas codificadas llenas de trampas sus hallazgos, para evitar que los no iniciados en la alquimia conocieran sus investigaciones.



El Papa Juan XXII había prohibido la práctica de la alquimia en el año 1317, anteriormente los mismos miembros de la iglesia estudiaban esta ciencia, pero en ese año los retiró de esas labores. Los franciscanos habían prohibido escribir, leer e incluso poseer libros de alquimia… pero los alquimistas fundaron escuelas herméticas ocultas para continuar con sus estudios y experimentos. De aquí viene la expresión de cerrar algo ‘’herméticamente’’.
Vlad centró todas sus energías en el Opus Magnum (la Gran Obra). Tratando de hallar la piedra filosofal, con la cual podría convertir los metales bases como el plomo, en oro o plata. Esta piedra simboliza la perfección en su máxima expresión, la iluminación y la felicidad celestial. Con ella podría crearse la medicina que eliminaría todas las impurezas y corrupciones del cuerpo humano, y la vida podría ser prolongada durante tantos años, que podría dar lugar a la eterna juventud… a la tan deseada inmortalidad. Se creía que el mercurio tenía un importante papel en este proceso.
Él hizo bastantes avances en el campo farmacéutico, bajo el lema de ‘’todas las cosas tienden a alcanzar su perfección’’. Produjo remedios con la ayuda de minerales para destinarlos a la lucha del cuerpo contra la enfermedad. Para combatir por ejemplo la sífilis, se sirvió de azufre y mercurio. Él estaba en busca de la piedra filosofal no sólo por conseguir el oro trasmutado, sino porque afirmaba que los humanos deben mantener ciertos equilibrios de minerales en sus cuerpos y que para ciertas enfermedades de éstos había remedios químicos que podían curarlas.
Así pues, Vlad adquirió gran fama entre los suyos, y llegó a los oídos de un emperador germánico que era un entusiasta y creyente de la teoría de la creación del oro, y del elixir de la vida. El emperador financió todos y cada uno de los viajes del alquimista en busca de la piedra filosofal, y éste no lo desaprovechó. 

Vlad fue haciéndose cada vez más grande, había incluso rumores de que había aprendido a volar a su voluntad, de separar su mente del cuerpo y poder estar presente en otros lugares, incluso hacerse visible a las otras personas, estando desde otro lugar del mundo. Nadie conocía el secreto, ni cómo estaba logrando todo lo que lograba; cada vez más, fue visto como un mago en lugar de como un astrólogo y científico, debido a que sus proezas estaban tornando a lo esotérico, y además él siempre anotaba la fecha y situación de los planetas cada vez que experimentaba con los minerales. A él le molestaba profundamente que le tachasen de mago, tuvo varios enfrentamientos con otros alquimistas que querían conocer cómo conseguía separar su alma del cuerpo y de esta forma viajar astralmente. Vlad era precavido, y escondió a buen recaudo todas sus indescifrables anotaciones con símbolos que sólo un sabio como él lograría comprender.
No cesó de buscar la inmortalidad, sabía que de alguna manera estaba próximo a descubrir algo importante, hasta que finalmente ocurrió. Tras un largo viaje agotador llegó a su casa en su ciudad natal de Zúrich. Preparó su lecho y se disponía a dormir, cuando alguien tocó a su puerta a altas horas de la madrugada. Vlad se hizo el desentendido, ignorando quién podría ser.
-¿señor von Hohenheim?-Preguntó una dulce voz femenina al otro lado.

Llevado por la incertidumbre, Vlad recorrió su pequeña y desordenada morada hacia la puerta; llevaba una larga túnica azul con los bordes del cuello y las mangas doradas que había adquirido en su último viaje a Egipto. Su lacia melena grisácea le llegaba hasta media espalda, y tenía unos almendrados ojos castaños. Al llegar a la puerta dudó en si accionar la manivela o no; él solía ser desconfiado, y más aún cuando sabía que estaba en el punto de mira de los falsos alquimistas, que querían las recetas de sus remedios y hallazgos. Pero la insistente mujer golpeaba la puerta con urgencia, y le llevó a pensar que se trataría de algún paciente.
-¿Quién eres tú, y qué es lo que quieres?

-Lamento incordiarle a estas horas tan tardías… Venía a hablar con usted, mi nombre es Lilith y tengo algo que ofrecerle que estoy segura de que le va a interesar, ¿me permite pasar?
Vlad era reacio a conversar con desconocidos, y estaba demasiado cansado como para ello. Sin embargo, aquella misteriosa y bella mujer tenía algo que le cautivaba y que le impedía negarle el paso; le embaucó su mirada hipnotizadora en sus brillantes ojos azules, tenía cabellos dorados y una tez pálida perfecta, sin máculas. No parecía vestir como una campesina, pues llevaba un elegante traje rojo de la época que lucía su esbelto cuerpo; y aunque de haberse tratado de otra persona o de otra circunstancia habría dicho que no, esta vez le fue imposible.
-De acuerdo, pase… espero que sea lo suficientemente importante como para venir a molestarme a estas horas.-Refunfuñó.
La joven accedió a la vivienda de Vlad con una impecable sonrisa, y cerró la puerta tras de sí. Recorrió con curiosidad la estancia y observó que los escasos muebles del alquimista estaban cubiertos de polvo; varios cacharros y frascos estaban apilados en cada rincón del habitáculo, e incluso alguna que otra telaraña se hacía visible en las esquinas superiores.
-Al parecer ha estado bastante tiempo sin volver por aquí…
-¿Le importaría ir al grano, Lilith? Estaba a punto de acostarme, poco antes de su intromisión.
-¡Oh, por supuesto señor von Hohenheim!, ¿dónde podría tomar asiento?
Vlad frunció el ceño, pero tras unos instantes, relajó las líneas de su frente y le señaló una vieja silla de mimbre.

-Gracias, es muy amable.-Dijo la joven mujer de piel marmórea.-Como le decía, tengo algo que ofrecerle que no podrá rechazar. Sé que ha estado buscando sin descanso la piedra filosofal y el elixir de la vida, pero lamento decirle que jamás lo encontrará por sí mismo.
-¿A qué se refiere?
Lilith le miró a los ojos, y su sonrisa se amplió aún más, dejando entrever unos finos colmillos que resaltaban del resto de su blanca dentadura.
-Tales objetos no existen… pero tal y como usted ha conseguido el poder de volar a través de su mente, y ha creado medicinas; yo podría enseñarle a hacer muchas más cosas, e incluso conseguiría todo el oro que usted quisiera. Sin embargo, no seré yo misma quién le enseñará esas fórmulas… sino unos viejos amigos. En realidad lo que puedo brindarle yo, es el don de la inmortalidad. Jamás volverá a estar enfermo, nunca envejecerá ni morirá. Será tan imperecedero como la mismísima Tabla Esmeralda.
-No tengo tiempo para sandeces, así que si me disculpa… quiero descansar.
Lilith se incorporó de su asiento, se aproximó sutil y melindrosa a Vlad, y colocó su mano en el hombro del alquimista.
-¿Sabe cuál es el elemento necesario para la inmortalidad?
-No, ni usted tampoco, no es más que una charlatana.
Lilith se aproximó al oído de Vlad, y con su dulce voz le susurró:

-El elixir de la vida está en su interior, y en el interior de todas las personas… es la sangre, señor von Hohenheim.-Musitó acariciando delicadamente su rostro.-Yo misma he vivido durante siglos… yo fui la primera humana que existió, y fui expulsada del jardín del Edén mucho antes que Adán y Eva. Puede creerme o no, pero lo que le cuento no es menos cierto que mi presencia aquí.
Al tocarle Lilith, Vlad tuvo un escalofrío que recorrió su espina dorsal, la mano de la joven estaba tan helada como un témpano de hielo, lívidas, y poseía unas largas y blanquecinas uñas. Su raciocinio quería decirle que no creyese las palabras de la dama, pero en su interior, había una parte que deseaba con ímpetu que aquello fuese verdad. Momentáneamente, las palabras de la joven anularon su razón.
-¿Y cómo sé que lo que dice es real?
-Si usted acepta mi proposición se lo demostraré. ¿Acaso tiene algo que perder?... le escogí a usted porque es un hombre solitario, no tiene esposa ni hijos… y es un gran sabio. En el caso de que acepte, deberá renunciar a su vida tal y como la conoce hasta el momento. Ya no será un humano, sino un inmortal como yo; deberá renunciar a poder ver el amanecer cada nuevo día ya que el sol será muy perjudicial para usted, y a los alimentos, al agua… porque ya no precisará de ello. Lo único que necesitará es el dulce y sabroso elixir de la sangre… A cambio vivirá por siempre, le brindaré un lugar donde convivir con los míos, le enseñaré los secretos más ocultos de los confines del universo, aprenderá nuevas fórmulas para crear casi cualquier cosa a partir de los elementos… lo único que le pido es que trabaje para mí una vez las haya aprendido.
-¿Trabajar para usted?... ¿Qué quiere decir con eso?
-Bueno… ya hay algunos de mis neófitos por el mundo, los he seleccionado yo al igual que le he seleccionado a usted, ya sea por un motivo o por otro; pero en su caso, quiero que dirija una nueva Orden que estoy formando, un grupo de inmortales donde sólo hay cabida para sabios pensadores, astrólogos, científicos, físicos… ¿le suena, verdad? Busco a personas como usted.
-¿Con qué fin?
-¡Ah, nunca se sabe cuándo precisaré de sus servicios!... hay cierta mujer que en el pasado me hizo imposible la existencia… tengo una tregua con ella, pero me gustaría estar preparada por si algo similar me ocurriese. Ya le contaré con detalle todo si acepta mi proposición… de lo contrario, lamento decirle que olvidará esta conversación; no dudo de su memoria ni mucho menos, pero, tengo la fórmula y receta para hacer que olvide todo cuanto hemos hablado. No recordará si quiera mi nombre, ni que estuve aquí.

Vlad arrugó el rostro, se llevó la mano a su barbilla para acariciarla y tomó asiento.
-El ser inmortal me convertiría en un esclavo de la oscuridad, y en un tomador de sangre… ¿cierto?
-Bueno, es un punto de vista válido; pero piense en todas las ventajas que le he ofrecido, ¿acaso no merecería la pena?, ¿o prefiere estar toda su corta vida buscando algo que jamás encontrará?... Le conozco más de lo que usted cree, y sé que no es eso lo que quiere. Es usted un hombre ambicioso, y esta oportunidad es algo único que sólo se le va a presentar una vez… venga conmigo señor von Hohenheim, y le aseguro que no se arrepentirá de ello.
-Está bien… acepto las condiciones. ¿Qué es lo que debo hacer?
-Levántese.-Lilith esbozó una sonrisa tan amplia que se podía escuchar el rechinar de sus dientes, y sus colmillos se hicieron aún más notables.
Vlad obedeció y le observó confuso, se sentía fuertemente atraído por Lilith no sólo por su indudable belleza y por lo que le prometía, sino porque sentía un extraño vínculo con aquella joven, que provocaba que estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa por ella; incluso si debía renunciar a su propia vida tal y como la conocía hasta entonces. Ya no sentía que fuese una desconocida, en tan sólo unos minutos había aprendido a amarla, un enorme deseo de permanecer junto a ella durante toda la eternidad se apoderó de su corazón, y el alquimista se quedó allí en pie, inmóvil, y a su merced.
-A partir de esta noche todo cambiará, Vlade von Hohenheim…-Confesó Lilith, y se aproximó a él rodeándole con sus brazos, apretando fuerte su cuerpo contra el suyo, mientras abría su mandíbula y perforaba la yugular de Vlad. El alquimista dio un alarido de dolor, vio absorto cómo estaba desangrándose; notaba emanar sangre de su herida y un líquido caliente recorría su cuello hasta mancharle la túnica; pero no tenía nada que hacer, pues se había entregado a Lilith en cuerpo y alma. Sintió su lengua lamer el recorrido de la sangre, y después posarse sobre los orificios que le había provocado para continuar bebiendo de él. Notó que su cuerpo vibraba y sus movimientos quedaban ajenos a su voluntad; sus piernas empezaron a flaquear, su vista estaba nublándose, veía manchas de color verde oscuro que después tornaron a negras, y luego, la más absoluta nada.
Vlad se había desfallecido en el suelo y estuvo allí tendido por largo tiempo. Lilith le había llevado hasta el límite de la vida, justo hasta exhalar su último aliento, para después dejar de poseerle provocando que entrase en un profundo estado de coma, de ensoñación... entre la vida y la muerte.
Mientras el alquimista se debatía por sobrevivir; Lilith se agachó y mordió las venas de su propia muñeca, abrió la boca del inconsciente Vlad y derramó allí su sangre, esparciéndola por los labios de éste, y permitiendo que cayese hasta su garganta. 

-Ahora despierte, amigo mío. Vuelva de nuevo desde la lejana muerte a mi vera, y estaré aquí esperando por usted.
Vlad abrió los ojos exaltado, su visión volvió a ser nítida, ya no sentía dolor alguno a pesar de que antes estaba desangrándose, ni siquiera pesaba sobre él el enorme cansancio que anteriormente le invadía.

-¿Qué ha pasado?
-Bienvenido a su nueva vida, señor von Hohenheim… ¿puedo llamarle Vlad?
-¡¿Estoy vivo?!-Dijo tocándose la herida del cuello, que había cicatrizado en un pestañear.
Lilith tendió su mano para ayudarle a incorporarse; y sin soltarle, abrió la puerta de la vivienda.
-Acompáñeme, demos un paseo mientras rozamos el firmamento, le sorprenderá… pero esto es sólo el principio, aún tengo que mostrarle muchas más cosas, Vlad.- Dijo orgullosa, mientras clavaba sus ojos sobre su nuevo neófito.
Vlad estaba atónito, aún era incapaz de  asimilar nada, y cuando quiso darse cuenta ambos estaban sobrevolando las nubes, errando, siendo tan libres como un ave. Lilith tenía razón, Vlad no iba a arrepentirse por haber renunciado a su vida humana.

Este relato trata sobre el pasado de Vlade von Hohenheim, uno de los personajes de mi novela ''Leyendas del averno''

1 comentario:

  1. Buenas tardes , pues esra bien la verdad , muy en plan Anne Rice , lo de alquimia un puntaso , bastante inesperado la verdad , te felicito por el libro y por el texo aqui plasmado , un saludos loca y sigue así , aaaa se me olvidaba un saludo al cronos

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