RELATOS DE TERROR Y FANTASÍA

jueves, 19 de febrero de 2015

EL FLAUTISTA DEL BOSQUE

La familia König parecía haber encontrado su apartamento ideal a un precio modesto, en plena naturaleza, en Blaubeuren, al sur de Alemania.
Aunque tuviesen que recorrer cientos de kilómetros hasta el núcleo urbano, les compensaba por el gran cautivador paisaje lleno de bosques, pantanos y flores silvestres. La tranquilidad que se respiraba en aquél lugar era tal, que no se escuchaba ni un sólo ruido, únicamente el sonido de las aves y de los riachuelos que estaban próximos de su nuevo hogar; perturbaban el silencio del ambiente.
Nichole y Alfred decidieron comprarlo ya que así sus hijas, Hilda de 6 años y Ruth, de 14, tendrían espacio para poder jugar tranquilamente, lejos de los peligros de la ciudad. Ellas estaban encantadas ya que en esos momentos se encontraban de vacaciones de verano, y tendrían el suficiente tiempo libre para disfrutar de su nueva morada.


El señor y la señora König trabajaban duro para mantener a su familia, y pasaban mucho tiempo fuera de casa. Al día siguiente de la agotadora y desquiciante mudanza, ellos debían ir a su puesto de trabajo, teniendo que madrugar mucho para conducir hasta llegar allí. Como Ruth ya era mayor y responsable, los padres le habían confiado el cuidado y vigilancia de su hermana pequeña; tal y como llevaba haciendo tiempo atrás. Pero esta vez le dieron una nueva norma, que no permitiese que Hilda se adentrase en el bosque, ni se acercase a los pantanos o riachuelos, ya que podría ser altamente peligroso para una niña de su edad.
En esa misma tarde, Hilda se columpiaba de un neumático que colgaba de un sauce llorón al lado del porche de su casa, y Ruth la miraba desde la ventana de su habitación mientras escuchaba música y leía una revista para adolescentes. Transcurrieron unos minutos, y cuando Ruth volvió a mirar hacia el columpio, Hilda no estaba, la niña estaba dirigiéndose al bosque. Entonces Ruth se quitó los auriculares de sus oídos, y abrió la ventana, mientras gritaba tratando de llamar la atención de su hermana.
-¡Hilda!, ¡Hilda, vuelve aquí, mamá y papá dijeron que no nos fuésemos al bosque!
Su hermana hizo caso omiso, y continuó caminando. Estaba alejándose demasiado y pronto iba a perderla de vista, de modo que Ruth salió rápidamente de su habitación, y se apresuró a bajar los escalones de dos en dos mientras maldecía a la desobediente niña. Abrió la puerta y corrió tras Hilda sin cesar de llamarla. Hilda ni siquiera se daba la vuelta, parecía no oír los reclamos de su hermana. Al fin Ruth le alcanzó y le asió de un brazo.

-¿Qué haces, no ves que te estoy llamando, estúpida?, ¿a dónde crees que vas?

-¿No oyes esa canción?-Preguntó la pequeña Hilda.
-¿Qué canción, de qué me estás hablando? Anda, volvamos a casa. Si te metes sola en el bosque, ¡puedes perderte! y después me echarán a mí la bronca.
-Es una canción muy bonita, y viene del bosque, ¡pero ahora ya ha parado!
-Sí, claro, lo que tú digas. Venga, vámonos.
Ruth volvió con su hermana del brazo a casa, y ésta vez no le dejó salir. La pequeña se quedó jugando al té con sus dos grandes peluches en su habitación, y así Ruth podría volver a acomodarse para seguir leyendo la revista.
Transcurrió el día, y sus padres llegaron por la noche. Todos cenaron y se acostaron temprano a dormir.
Ruth estaba en su cuarto aún despierta, cuando escuchó una puerta abrirse, y una sucesión de pequeños pasos descalzos se hacían notar al pisar las viejas maderas del parqué. Vio a su hermana salir, creyendo que se había levantado para ir al baño, pero pronto se percató de que comenzó a bajar las escaleras. En el piso de abajo sólo estaban la cocina y un enorme salón, ¿qué iba a buscar Hilda a esas horas de la madrugada?
-¡Hilda! ¿A dónde vas?-Preguntó Ruth desde la cama.
De nuevo, Hilda no le respondió. Ruth resopló y se incorporó, saliendo en busca de su hermana, que ya había llegado al salón, y se disponía a girar el pomo de la puerta para salir al porche.

-¿Qué te pasa niñata?, ¡que te estoy hablando!-Dijo zarandeándola e impidiendo que saliese al exterior. ¿No ves que es tarde para salir a jugar?

-Pero, la canción…
-¿Pero qué canción? ¡Yo no oigo ninguna canción, Hilda!
-¿Qué es este alboroto?-Preguntó la madre, asomándose desde la escalera.
-Mamá, Hilda quería salir ahora a jugar. Le llamo y no me hace ni caso, esta tarde me hizo lo mismo, ¡se quería ir hacia el bosque!
-Cariño, haz caso a tu hermana, que son las dos de la mañana, ¡vamos, a la cama!
Todas volvieron a sus respectivas habitaciones. Sin embargo, los días pasaron y siempre, en alguna parte del día, y todas las noches incluidas; la pequeña Hilda trataba de irse hacia el bosque, asegurando que escuchaba una misteriosa canción, como de una flauta, que le atrae sin motivos aparentes a ir hacia allí.
Cansados y perturbados por su comportamiento, sus padres tomaron medidas. Optaron por no dejarle salir a jugar como antes, a partir de esos momentos jugaba dentro, bajo los ojos atentos de su hermana, y además colocaron grandes cerrojos por fuera de la puerta de la habitación de la niña, para dejarla encerrada; creyendo que Hilda se levantaba sonámbula y corría peligro de que se escapase. Esa misma noche los estrenarían.
Pero Ruth sabía que no podía ser sonambulismo, debido a que también le ocurría de día, y era como si hipnotizada por la melodía que escuchaba en su propia cabeza; la niña no respondía y continuaba su camino.

Llegada la noche, encerraron a la niña en su habitación, cerrando bien la puerta con tres grandes cerrojos por fuera, y sus padres se acostaron a dormir tranquilos.

Sin embargo, alrededor las dos de la madrugada, Ruth, que se había quedado despierta mientras jugaba en su ordenador; escuchó ruidos metálicos, y finalmente, los pasos descalzos de su hermana volvían a hacer crujir el suelo del pasillo. Sorprendida, se asomó desde su cuarto.
-¿Cómo has abierto los cerrojos?-Le preguntó a Hilda sin salir de su asombro. Sabiendo que ésta no le iba a contestar.
Ruth, comprobó cómo de nuevo la niña se encaminaba escaleras abajo, tratando de salir de su casa. Inmediatamente llamó a sus padres, y ellos se despertaron exhaustos bajando e intentando impedir la huida nocturna de la pequeña.

Todos quedaron petrificados de miedo cuando observaron cómo la puerta de la casa se abría de par en par sin que nadie la tocase, y la niña cruzaba el umbral de la puerta. Cuando los padres trataron de detenerla, fueron impulsados hacia atrás, como si una fuerza invisible les golpease en el pecho, e impactaron contra la pared, de la que salieron unas enormes y gruesas ramas de árbol que les sujetaban, apretándoles del cuello y de las extremidades.

Ruth se quedó impactada, comenzó a gritar al igual que sus padres sin saber qué era lo que estaba sucediendo. Se acercó a ellos intentando liberarles de su atamiento sin éxito.
-¡Un cuchillo, coge un cuchillo de la cocina y corta estas ramas!-Vociferó el padre. Nichole estaba entrando en pánico y ni siquiera podía hablar con coherencia, tan sólo se limitaba a exclamar el nombre de Hilda entre llantos y sollozos.
La adolescente obedeció, y trajo consigo un enorme cuchillo jamonero, para tratar de cortar rápidamente esas monstruosas raíces y ramas que retenían a sus padres. Llena de angustia comprobó que tras cortar una, volvía a emerger otra de las paredes, más resistente aún que la anterior.

-¡Déjalo Ruth, no hay tiempo, ve a por tu hermana, cógela y tráela aquí, corre!-Vociferó Alfred.

-¿Y qué pasa con vosotros?-Preguntó con lágrimas en sus ojos y en un estado de nerviosismo.
-¡Coge el móvil y llama a emergencias, pero ve ya a por Hilda, no sabemos a dónde va ni qué está pasando, date prisa!
Ruth tenía tanto miedo que dudó por unos instantes, hasta que se armó de valor y se apresuró a alcanzar a su hermana, llevándose consigo el cuchillo para protegerse de fuera lo que fuese lo que estaba provocando todo ese caos, aunque no sabía si le serviría, se sentía un poco más segura con él. También cogió su móvil y marcó el número de emergencias, pero por algún motivo que desconocía, cada vez que daba un tono se cortaba la llamada.
Desesperada, ya no podía ver a su hermana. El bosque estaba sumergido en la oscuridad de la noche, y apenas podía ver más allá de sus narices gracias a la iluminación natural de la luna. Por consiguiente, Ruth encendió la linterna de su móvil, y se propuso buscarla, sin dejar de clamar su nombre. Sus agónicos gritos los arrastraba el viento a través de los árboles, pero continuaba sin obtener respuesta alguna.
-¡Hilda!, ¡¿Hilda, dónde estás?!-Exclamaba la joven con voz temblorosa, mientras unas finas y frías lágrimas recorrían su mejilla.
Ruth caminó en línea recta. Una tormenta de verano se cernía sobre el bosque, y pronto rompió a llover intensamente, lo que impediría aún más la visibilidad en aquel escenario. Cuando quiso darse cuenta, ya se había adentrado demasiado y no dejaba de alumbrar por todas partes, tratando de hallar alguna pista de dónde pudiese haber ido su hermanita. Pronto vio un viejo puentecito de madera, que estaba construido sobre un riachuelo. Lo cruzó, y al otro lado vio pequeñas huellas en el embarrado suelo de un pie pequeño.
La adolescente siguió las huellas. El miedo se apoderaba de ella y quería impedirle continuar, tenía la sensación de que le observaban desde alguna parte de aquel frondoso bosque, sin embargo no podía ver a nadie. Ruth respiró hondo y a pesar de todo, se dirigió aún más adentro de aquella lúgubre oscuridad, escuchando sus propios pasos sobre la tierra mojada; empapada, asustada y muerta de frío.
Ruth casi pierde el rastro de las huellas, puesto que la tierra había terminado, para dar comienzo al césped. Pero gracias a las flores y hierbajos aplastados, podía continuarlo, aunque fuese de forma más lenta y compleja. Ella no podía creer que esto fuese realidad, seguía sin dar crédito, en varias ocasiones se pellizcó a sí misma el brazo para descartar que fuese una atormentadora pesadilla. Desgraciadamente no lo era, por lo que su respiración se agitaba cada vez más, junto a un corazón tan palpitante que parecía que quisiese salirse de su pecho.

La apesadumbrada adolescente comenzó a escuchar un sonido que no se correspondía con la naturaleza, era una extraña música, pero no estaba dentro de su cabeza, sino que parecía surgir de alguna parte. Efectivamente, tal y como describió su hermana pequeña, se trataba de una flauta. La melodía desprendía unos tintes de melancolía y tristeza, pero a su vez era demasiado atrayente. Ruth se dispuso a seguir el sonido de la música, convencida de que era la misma que escuchaba cada día de forma inexplicable Hilda, y probablemente ella se habría dirigido hacia allí.

Ruth se aferró a su cuchillo, se detuvo para seguir intentando llamar a emergencias, pero la llamada seguía cortándose. Estaba sola. Pero el pensamiento de que Hilda podría estar en grave peligro fue el que le dio fuerzas para seguir avanzando, aunque fuera temerosamente.

Decidió echarse a correr siguiendo las notas musicales, hasta llegar a una cueva oculta en medio de la arboleda. Allí la música cesó, dando pie a un silencio sepulcral. La atronadora lluvia también había dejado de caer hacía unos minutos. La joven suspiró hondamente, y se adentró en la cueva en busca de su hermana, y del misterio que se escondía tras la melodía de la flauta.
Avanzó lentamente, cautelosa, tratando de no hacer demasiado ruido. El lugar estaba alumbrado por velas negras que estaban colocadas en los recovecos naturales que se habían formado a ambos lados del interior de la cueva, y también alguna que otra por el suelo. Ruth se deslizó reptando por una abertura que había próxima al suelo, puesto que ahí el camino llegaba a su fin y era su única forma de continuar. El hueco era tan estrecho que le costó trabajo poder salir al otro lado, pero lo logró.
Fue entonces cuando el cuchillo resbaló de sus manos, impactando contra la roca caliza que invadía el suelo del lugar. Tuvo que contener la respiración para evitar gritar y vomitar, tapándose la boca con ambas manos ante tan dantesco y macabro escenario. Innumerables niños y niñas en avanzado estado de descomposición, colgaban del techo de aquella cueva. Su garganta había sido rajada y bajo los cuerpos había un cubo que recogía su inocente sangre. El hedor era insoportable.
Ruth rompió a llorar silenciosamente mientras se daba cuenta de que su hermana no se encontraba entre aquellos cuerpos, lo cual fue un alivio inmediato a pesar de todo. Quizás aún estaba a tiempo de salir de allí junto a ella, aunque todavía no supiese a quién o qué se enfrentaba. ¡El maldito teléfono móvil no le funcionaba allí dentro!
La joven adolescente se pegó a la pared, y recogió el cuchillo. Pero antes de que pudiera si quiera darse cuenta, una horrible criatura hizo acto de presencia, saliendo de una angosta habitación situada a la derecha. Era alto, tenía la nariz puntiaguda, sus ojos eran grandes y blancos en su totalidad, a excepción de las pupilas. Su boca era desmesurada, muy ancha y al abrirla se podían distinguir una hilera de largos y afilados dientes. La criatura además poseía interminables y huesudos brazos, con manos tan horribles que recordaban a las raíces de un árbol. Las piernas también eran delgadas y caminaba con las piernas semiflexionadas, haciendo que las rodillas estuviesen anormalmente echadas hacia adelante. El color de su piel era marrón como la corteza de los árboles que inundaban el bosque, y tenía el pelo del mismo color en forma de melena de león, alrededor de su cabeza.

Ella gritó tanto que la garganta le dolía. Intentó clavarle el cuchillo pero él le sujetó del brazo. Ruth comenzó a llorar desconsoladamente.

-¿Dónde… dónde está mi hermana?-Cuestionó haciendo un esfuerzo por dialogar con ese ser.-Por favor, no le hagas nada a mi hermana… Si nos dejas ir, no le contaremos a nadie lo que hemos visto, ¡por favor…!-Entre llantos, su labio inferior le temblaba, y no podía dirigirle la mirada puesto que estaba acongojada por el miedo.
El ser estaba acercando demasiado su rostro a ella, y comenzó a olisquear su cuello y cabello. Le agarró de una pierna y empezó a arrastrarla por el suelo hasta introducirla en el oscuro pasadizo del que él hubiere salido. Ruth vociferaba, exigiendo que le soltase, arañando con sus manos el suelo, intentando anclarse a algo para evitar seguir siendo empujada hacia un destino cruel. Finalmente la joven, consiguió poner su pie delante de la pierna del ser, provocándole una caía. Momento en que aprovechó para liberarse, pero cuando trató de clavar su cuchillo a la monstruosa criatura, ésta había desaparecido.
Ruth era incapaz de ver nada, todo estaba totalmente a oscuras allí. Tocó el suelo para cerciorarse de que él ya no estaba allí tendido. No encontraba su teléfono móvil para poder alumbrar, de modo que avanzó cautelosamente dirigiéndose más al fondo de ese largo pasillo, pues al final del todo sí que se veía una ligera iluminación y en ese lugar es posible que pudiera encontrar a Hilda. Llegó al fin a una amplia habitación, de nuevo alumbrada por velas negras, pero seguía teniendo partes más oscuras que otras en las que la visibilidad era prácticamente nula. El lugar estaba atestado de oxidadas celdas que fue recorriendo en busca de la niña.

De pronto, ella notó una presencia a sus espaldas, y una mano que le rozaba. Bruscamente la joven se dio la vuelta y asestó una profunda puñalada mientras gritaba encolerizada. Descubriendo segundos más tarde, que acababa de atravesar el frágil torso de su hermana, que ahora yacía sobre el suelo desangrándose.

-¡Hilda!, ¡No, no, no!...-Exclamó a la vez que sus llantos se intensificaban y sus lágrimas florecían de sus ojos cayendo fulminantemente sobre el rostro de la pequeña.-¡Dios mío, Hilda!... ¿qué he hecho?-Ruth dio sendos alaridos de dolor al conocer que su hermana había abandonado este mundo, siendo ella su propia asesina. La pobre iluminación del entorno y el miedo que invadía su alma fueron los ingredientes para tan espantoso incidente.
La chica no cesaba de llorar mientras abrazaba el cuerpo de Hilda, hasta que la criatura le atrapó de nuevo por la espalda. El angustioso grito final de la joven Ruth, hizo temblar incluso a la cueva entera, pues ella sabía que ya no había salvación posible.
Los señores König fueron liberados en algún momento de la noche, ya que las ramas que los retenían desaparecieron, y ambos cayeron desmayados. Al despertar, informaron de todo a las autoridades. La policía al no creer la historia de fantasía que les estaban relatando, acusaron a los padres de ser los culpables de la desaparición de las niñas, y tras un difícil juicio fueron encerrados en el centro de salud mental cercano a la localidad.

Por otra parte, las autoridades realizaron un exhaustivo rastreo en el bosque, dando con la cueva de Geißenklösterle, en la que encontraron una flauta fabricada con huesos humanos de una antigüedad que data de hace aproximadamente 43.000 años.

Es cierto que en esa zona, durante años siempre se habían dado casos de desapariciones de niños entre 3 y 10 años, pero nunca se encontraron los cuerpos de ninguno de ellos, ni tampoco de Hilda y Ruth. Los años pasaron y el caso se cerró inconcluso, enterrando en el olvido a las hermanas König.





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